‘‘Lejos de cuentos y cartas viejas,
somos los nuevos idiotas de hoy.’’
Una constante en las giras de Isla es el afán de Santi por musicalizar todos los paisajes y las situaciones que se nos aparecen. La selección de música va desde hits contemporáneos ocultos que parecen corresponder a clubs especializados de épocas mágicas, hasta la cosa ultratumba y baqueteada, algo así como ‘’el lado B’’ de la pista de baile. Todos siempre escuchamos atentamente lo que Santi tiene para decir pero lo más importante es que en su afán de sorprendernos parece no esforzarse nunca; tampoco parece importarle demasiado nuestro feedback, en el mejor de los sentidos. No hay algo invasivo ni excluyente en su curaduría, y lo que es genial: nunca se repite.
Hace unos meses mandó al grupo que tenemos -recuerdo escucharlo con Manu en el auto- una canción que se llamaba Lomas en Bici de un tal Prospero Raul Cantón (chan), la escuchamos así no más. Me recordaba a los temas de Agua Sal y Fiebre de Viva Elástico, con los sintes estridentes y las guitarras rotas, y un poco a la forma de cantar de Mariano Roger. Hace muy poquito lo revivimos después de un ensayo.
La canción no sólo es un pequeño rapto de melancolía y vitalidad, es una composición preciosa y destaca por su sencillez. ‘’Puse el corazón en todo lo que hice, quizás por eso no idealice’’. El tipo es como que nos habla del fin de las pretensiones: esto es lo único que nos puede dar y es bárbaro. Algo que, creo, viene adosado a este tipo de honestidad brutal y que siempre me interesó mucho tanto en las personas como en la música, es la aparente falta de esfuerzo que conlleva. Es eso, pareciera que no hay búsquedas ni pretensiones realmente. O si las hay no son enunciadas conscientemente; se escapan, se sugieren. Cuando no funciona así y se erige una estética pensada, trabajada, siento que aburre un poco y es lo que me pasa con artistas que antes me fascinaban como Alex Andwandter y La Bresh.
Martín Rejtman es un cineasta que yo no conocía y que, a raíz de un modesto revival en torno al culto de Silvia Prieto y debido a la triste ida de Rosario Bléfari, se ha vuelto a hablar de su obra durante este último tiempo. La aparente sencillez o ‘‘falta de profundidad’’ en las tramas de sus películas es muy distinta de la que conllevan estas canciones desfachatadas de las que hablábamos recién. Por el contrario, hay una búsqueda sesuda y una avidez de hallar un nuevo lenguaje que permita emerger la voz de nuevos personajes.
Los personajes de su película Rapado (1992) son parte de lo que uno podría denominar subjetividades de la crisis en su aspecto más de fractura: difícilmente se pueden comunicar aunque lo intenten, generalmente les cuesta encontrarse -hasta los amigos protagonistas parecen estar muy lejos uno del otro- y sus acciones tienen un común denominador entre los protagonistas de las películas de este período: no tienen un trasfondo maniqueo, guiadas por un propósito bueno, malo o incluso premeditado. Lo que en el marco de un drama estadounidense estas premisas llevarían a un estado de libertinaje y a un escenario de exceso hobbesiano de ‘‘todos contra todos’’, en el cine y la literatura de Rejtman se nos describe un mundo que, despojado ya de reglas y de grandes relatos, la literalidad y la cotidianeidad se sobreponen ante todo con un tono mágico y absurdo.
Mi amiga Maca Bialski escribió, en relación a Silvia Prieto (1999), sobre el modo en que esta literalidad, en lugar de acercarnos a las obsesiones y a los comportamientos erráticos de los personajes, nos producen un cierto distanciamiento, algo que quizás le imprime a sus historias este tono mágico.
Así es como, a pesar de sentirnos identificados, nos sentimos ajenos; como si viésemos algo que no nos pertenece pero que a su vez anhelamos, un oxímoron de hechos conocidamente desconocidos. Una dimensión en donde los detalles, las obsesiones compulsivas y los fantasmas de los personajes anodinos funcionan como una lente cubista que resalta las verdades absurdas ocultas en nuestro día a día.
Hace muchos años, mi amiga Srta. Trueno Negro me invitó a compartir una fecha en conjunto con Adrián Paoletti. Yo me encargaba de la apertura, seguía ella y cerraba Adrián. No recuerdo demasiados detalles de los shows de cada uno. Pero lo que sí recuerdo es un detalle que enhebra un poco esta pequeña entrega que intenta unir música y cine. Ya en el after show, en el modesto camarín del Centro Cultural Dinamo me encontré con un personaje muy particular que solía ver de chico en las películas que mi viejo me mostraba, Nicolás Mateo (Nadar solo, La velocidad funda el olvido). Nicolás es ahora un amigo y un colega con quien hemos compartido escenario, pero en esa escena funcionó de mediador para que yo llegara a una de las músicas que al día de hoy no puedo dejar de escuchar compulsivamente. La canción ya estaba sonando en el lugar pero, por alguna razón, no causaba todavía ninguna impresión en mí. Hizo falta que Paoletti, de traje y ya con el pelo desarreglado debido a la prioridad del whisky por sobre el show, como si fuera un dandy que acababa de intercambiar puteadas con un taxista, le dijera a Nico entre tanto murmullo: ‘‘esta canción es impresionante’’.
ya tenemos entradas para ir a ver a viva elástico! me encanta leerte temprano
“’Puse el corazón en todo lo que hice, quizás por eso no idealice’’. Maravilloso
Disfrutar de leerte…en este tiempo perdiendo el tiempo